Beethoven, el genio al que le faltaba un sentido
Testarudo y terco, obstinado y encolerizado, irritable y crudo. Adjetivos como esos se la han concedido al genio de la música Ludwig van Beethoven, pero ¿realmente merece ser calificado así el virtuoso pianista alemán? Quizá sí, era evidente que tenia algunos problemas de comportamiento, pero su legado en la historia de la música es inigualable. En este artículo te analizamos su vida y obra.
De aprendiz a maestro
Ludwig nació en el seno de una familia de origen flamenco, su padre, ante las formidables cualidades para la música que demostraba el pequeño Beethoven, intentó hacer de él un segundo Mozart, aunque con escaso éxito.
Su música se expresó en numerosos géneros y aunque las sinfonías fueron la fuente principal de su popularidad, su impacto resultó ser principalmente significativo en sus obras para piano.
Beethoven encuentra una vía de escape de la presión familiar a sus 17 años, cuando marcha a la capital austriaca apoyado por su mecenas. Se dice que durante este viaje a Viena tuvo lugar un fugaz encuentro con Mozart. En relación a este encuentro, solo existen textos de discutible autenticidad. De cualquier modo, la leyenda dice que Mozart habría dicho: «Recuerden su nombre, este joven hará hablar al mundo».
La vocación musical de Beethoven no comenzó en realidad hasta 1779, cuando entró en contacto con el organista Christian Gottlob Neefe, quien se convirtió en su maestro. Él fue, por ejemplo, quien le introdujo en el estudio de Johann Sebastian Bach, músico al que Beethoven siempre profesaría una profunda devoción.
El arte en su máxima expresión
Los estudiosos del área dividen la carrera de Beethoven en tres grandes etapas, y si bien el uso los ha convertido en tópicos, no por ello resultan menos útiles a la hora de encuadrar su travesía.
La primera época abarca las composiciones escritas hasta 1800, caracterizadas por seguir de cerca el modelo establecido por Mozart y Joseph Haydn y el clasicismo en general, sin excesivas innovaciones o rasgos personales. A este período pertenecen obras como el célebre Septimino o sus dos primeros conciertos para piano. Se le considera a esta etapa como el surgimiento imperioso de un don que potenciará más adelante.
Una segunda manera o estilo abarca desde 1801 hasta 1814, período locuaz que puede considerarse de madurez, con obras plenamente originales en las que Ludwig van Beethoven hace gala de un dominio absoluto de la forma y la expresión (la ópera Fidelio, sus ocho primeras sinfonías, sus tres últimos conciertos para piano, el Concierto para violín).
El tercer perído, que puede entenderse como la etapa de soltura, donde Ludwig se muestra en su máximo esplendor, comprende hasta la muerte del músico y está dominada por sus obras más innovadoras y personales, incomprendidas en su tiempo por la novedad de su lenguaje armónico y su forma poco convencional; la Sinfonía n.º 9, la Missa solemnis y los últimos cuartetos de cuerda y sonatas para piano representan la culminación de este período y del estilo de Ludwig van Beethoven.
Gloria y tormento
Muy pronto, Beethoven dejó de necesitar los conciertos y recitales en los salones de la corte para sobrevivir. Los organizadores se disputaban sus obras; además, la aristocracia austriaca, quizás avergonzada por la muerte de Wolfgang Amadeus Mozart en la pobreza, le asignó una pensión anual.
En 1789 caía La Bastilla y con ella toda una concepción del mundo que incluía el papel del artista en su sociedad. Siguiendo los pasos de su admirado Mozart, Beethoven fue el primer músico que consiguió independizarse y vivir de los encargos que se le realizaban, sin estar al servicio de un príncipe o un aristócrata, si bien, a diferencia del salzburgués, él consiguió triunfar y ganarse el respeto y el reconocimiento de sus contemporáneos.
A los 44 años, Beethoven estaba completamente sordo, era incapaz de escuchar voces y muchos de los sonidos de su amado campo. ¿Su causa? una otosclerosis de oído interno y no a la enfermedad de mobus paget, que fué la creencia durante muchos años.
Debido a la pérdida de sus capacidades auditivas, se entregó a una febril actividad creadora, y, a la par, sufrió penalidades personales producidas por dos despechos amorosos. No llegó a casarse nunca, pero se le atribuyen varios romances, sobre todo entre damas de la nobleza. Antonie von Birkenstock, casada con el banquero alemán Franz Brentano, fue uno de los grandes amores de su vida.
Beethoven pasó sus últimos años casi totalmente aislado por la sordera, relacionándose solamente con algunos de sus amigos a través de los «cuadernos de conversación», que le sirvieron como medio de comunicación. Su último gran éxito fue la Novena sinfonía, terminada en 1823. En los tres años finales, se dedicó a componer cuartetos de cuerda y la Missa Solemnis.
La soledad y una progresiva introspección fueron sus únicos acompañantes en su última etapa de vida, pese a lo cual prosiguió su labor compositiva, e incluso fue la época en que creó sus obras más impresionantes y avanzadas.
La salud del maestro decayó inexorablemente a pesar de los cuidados de su familia. Cabe señalar que las creencias personales de Beethoven fueron muy poco ortodoxas.
El último día de su vida fué relatado por su fiel amigo y además compositor Anselm Hüttenbrenner. Su hermano Nikolaus Johann, su cuñada y su admirador incondicional Anselm Hüttenbrenner le acompañaron al final, ya que sus pocos amigos habían salido a buscar una tumba. Sus últimas palabras fueron dirigidas al vino del Rin que llegó después de mucho esperar el encargo, que se esperaba surtiera buenos efectos sobre la salud del músico: «Demasiado tarde, demasiado tarde...».
Al meditar en la vida y obra de Beethoven, nos invade una sensación abrumadora, percibiendo las penumbras que tuvo que pasar es entendible que forjara un caracter fuerte, pero no debemos olvidar que también era humano. Su música ha dejado marcada una huella inconmensurable y única en la historia de la humanidad.
“Me apoderaré del destino agarrándolo por el cuello. No me dominará”.